La luna ha hecho su aparición, el edificio parece descansar. Todos se han ido. Sin embargo, en uno de los cubículos aún hay movimiento. Luisa busca el bolso de cuero sintético en una de las gavetas de su escritorio. Alisa su vestido de crepé, dirigiéndose hacia la salida. Iskra[1] la observa, enternecida, llamándole poderosamente la atención el objeto de dos cristales montados en un armazón apoyado en su nariz, sujetado detrás de sus orejas, quedando cada cristal delante de un ojo.
—Casi que le ocupan la mitad del rostro —dice para sí misma Iskra.
Se aventura a ir tras el objeto que coquetamente, con un destello, la ha invitado a que le acompañe pues tiene mucho que contarle.
La joven mujer, tocada ya de algunas canas, va escurrida en un asiento del tren camino a su casa, sus gafas se han oscurecido con una neblina espesa, y su cabeza, como un ancla en el fondo de mar, la arrastra a la profundidad de sus pensamientos. Estos la atrapan como todos los días, envolviéndola en un halo de tristeza y amargura. Iskra, se sitúa detrás de los lentes, queriendo ver lo que éstos ven, sólo que lo hace hacía dentro.
Un suspiro remonta a Luisa tres años atrás cuando empezó en la compañía como temporal. Las imágenes de una mujer, cual hormiga con gafas, siempre trabajando y trabajando, vienen a su mente, acompañándola de un monólogo interno “¡Me he esforzado tanto! He sido puntual y organizada”. Luisa aprieta sus labios y hace un gesto de negación. “Mi jefe no sabe todo lo que he hecho y lo que he dejado de hacer para cumplirle. Me he quedado hasta tarde, me he llevado trabajo para mi casa. He dejado de ir a las reuniones del colegio de mi hija y visitar a mis padres. Y hoy otro tanto. Al programar reuniones tan temprano en la oficina, no puedo desayunar con mi familia, y a veces no alcanzo a ver a mi hija despierta en la noche”. Iskra puede verla contemplar a su hija de 4 años dormida y percibe lo que piensa en medio del dolor de madre.
—Lo sé…. Sé que me estoy perdiendo tus mejores momentos —le habla a su hija cada noche—. ¡He corrido tanto, me he esforzado tanto por tener un ascenso en la compañía!
Toma un suspiro tan hondo como queriendo abrir un hueco en su interior y tirarse por él.
Iskra ya sabe que el objeto que le sedujo se llama gafas y que, a pesar de ser inmensas desde su punto de vista, no la hacen visible para sus jefes.
“Si tan solo me tuvieran en cuenta. Tengo tanto para aportar. Hay soluciones tan obvias, pero ellos no las ven y pareciera ser que tampoco las quieren escuchar”.
Mientras que Iskra se pregunta: ¿qué le impide hablarle a sus jefes?, siente un leve temblor en las gafas. Como si ella lo hubiera escuchado, el miedo acaricia sus pensamientos. Iskra, lo identifica plenamente.
“No me atrevo ni a entrar a su oficina. Además, mi supervisor inmediato me mataría si lo hago. Le he expresado algunas de mis ideas, pero siempre obtengo la misma respuesta: “Así se hacen las cosas aquí. Por favor haga lo que se le pide. Para esto la contratamos” Me siento una hormiga obrera con gafas. Muy diferente a algunas de mis compañeras…”
La resignación hace su aparición. Iskra la siente con toda su fuerza.
“Con el tiempo aprendí a callarme, a guardarme mis ideas como un tesoro sin fondo. Dejé de pensar, dejé de crear castillos en el aire de cómo se podría componer esto. He caído en un letargo como si el tiempo se suspendiera. Hoy solo quiero no ser vista, así en la próxima salida de gente, no me tendrán en cuenta. No quiero dar problemas, es preferible no hablar. Mi esposo está sin trabajo, no me puedo dar el lujo de perder el mío. No soy feliz, pero tengo sueldo, aunque poco, pero de algo sirve, a pesar que me estoy quedando sin hogar”.
Llega a su parada. Se abre paso entre la gente para salir del tren. Su postura habla del cansancio, de aquel que adormece el alma. Iskra, camina junto a ella, al mismo compás de su respiración. Sus gafas se despiden y le sonríen en una manifestación tímida de gratitud al ser vistas.
Comentarios