En un edificio vanguardista, ubicado en la zona central de una ciudad cualquiera, Iskra merodea en los pasillos del vigésimo piso. Está haciendo honor a una de sus creadoras: Curiosidad. Sorprendida está con las formas redondeadas de la arquitectura del lugar, que denotan movimiento y dinamismo. Recorre los pasillos jugando a ser una ola de mar, hasta que una extraña vibración la detiene.
Su atención se posa en una mujer de pelo casi blanco, que se apresura a organizar unas carpetas. Percibe en sus manos un leve temblor, su piel reseca por el sol, pecas y arrugas que hablan del tiempo, leves callosidades y el color de su esmalte casi desgastado hablan de su vida.
Como si se detuviera el tiempo y el espacio, Iskra se acerca a ellas, rozándolas. Sus manos se despiertan, le reconocen y con el lenguaje universal de las caricias le abren las puertas de su mundo emocional.
La inquietud de sus manos delata miedo. Va de aquí para allá pretendiendo que sus fantasmas la olviden, pero las señales de alerta que emite, hacen que la respiración se congele por instantes.
La sangre irrigada en sus manos lleva rabia, una sensación de injusticia invade sus venas, activando el instinto de supervivencia siempre alerta para el ataque o la defensa.
La nostalgia reposa en el jardín de los recuerdos de su memoria, añorando la luminiscencia de los años sin regreso.
Iskra percibe su agitación interior, el caos mental y la ansiedad de su cuerpo. Su amor compasivo rodea sus manos, éstas le quieren contar lo que su corazón guarda.
El dedo meñique de la mano derecha le susurra que su hija está terminando estudios universitarios. Es su logro de vida. La ilusión y la fe, han sido su bastón para visualizarla convertida en una famosa arquitecta. Ya casi la saca adelante.
El dedo medio, el del corazón, inquieto, interrumpe porque pareciera que nada de lo que hace agrada a su nuevo jefe, siente que no hay puntos de encuentro por más que trata. La renovación de su contrato está en juego, a pesar que solo falta un par de años para su jubilación.
Se levanta el dedo índice de la mano izquierda. Esta furiosa. La acusa de ser lenta y torpe con las nuevas estrategias y con la tecnología; tan arcaica en su forma de pensar y de vestir; cómo es que ha perdido la autoridad e importancia de tiempos pasados.
—¡Un momento! —anota el meñique izquierdo— Somos proactivas, la alegría recorre nuestras venas como un carnaval, y lo que necesitamos es mover el cuerpito y tener buen sexo. ¡Aún tenemos mucho para gozar!
El anular por su parte quiere escapar y no intervenir en esa discusión. Se siente abatido. Iskra puede intuir al esposo, siempre en casa. La incertidumbre pone en juego los años sin construir pensión. El trabajo de esta mujer ha sido también su refugio. Su válvula de escape, el lugar donde se ha sentido importante, donde ha podido camuflar su dolor y disfrazar su realidad. Además, también guarda sentimientos de gratitud profunda por innumerables momentos y actos de amor que sus compañeros y directivos pasados han tenido con ella.
El dedo pulgar está muy adolorido. Iskra puede ver a la madre en el asilo, perdida en el espacio y el tiempo.
—Melinda, ¡Las carpetas¡Con tono autoritario e impaciente le llama su jefe
—Claro, sí señor. En un momento.
—No, ¡ya! ¡Las necesito ya! o ¿será que lo tengo que hacer yo?
Melinda se apresura a llevar la caja con las carpetas, sus dedos siguen acusándose unos a otros, mientras que su espalda tensa y cansada está que colapsa por las pocas horas de sueño que ha tenido. Sabe bien que su jefe ni siquiera escuchará los hechos y datos por los cuales no es posible actualizar la información como él lo ha pedido. Solo habrá una culpable ante sus ojos: ella.
—Déjelas en esa mesa. —Señala y sale de la oficina apresuradamente.
Melinda, se sienta en una silla tomando un respiro prolongado, cierra sus ojos colocando sus manos entrelazadas sobre su regazo.
Compasivamente Iskra inhala profundo, comprendiendo el mundo interior de esta mujer y destellando sus energías toca sus manos. Los dedos se miran entre sí de repente, sintiendo compasión y amor entre sí, se entrelazan y en un pacto de no agresión entre ellos se funden en un abrazo.
Un destello de comprensión tiene Melinda, de aquellos que solo se sienten en el corazón, hay cosas que no dependen de ella cambiar, por lo tanto, aprenderá a soltarlas, aún no sabe cómo, pero buscará ayuda. No merece estar en esa intranquilidad.
—¡Basta, no más! —Palabras que emergen desde el vientre y se impregnan en todo su ser. En Melinda, se ha encendido el fuego interior de la transformación por una vida con mayor sentido.
Comentarios