Alto y delgado. Pelo corto, negro y bien peinado. Gafas gruesas ocultan sus pestañas onduladas. Camisa blanca con cuello almidonado y manga larga. Su corbata de seda roja hace juego con el color de una de las paredes de la oficina. Organiza su escritorio apilando los papeles de cualquier manera. Madrugador de todos los días, lucha para ganarle al tiempo. Pedro, es amado y respetado por todos. Hace cinco años que obtuvo el título de Ingeniero Industrial.
—Pedro, ven por favor —lo llama su jefa. Una mujer brillante en el negocio de la confección.
Pedro se apresura hacia su oficina, con su cuaderno de argollas, compañero inseparable desde hace varios meses y un bolígrafo de punta reforzada.
—Te pido que te hagas cargo de este requerimiento de la presidencia — al tiempo que le pasa una hoja impresa—. No tengo tiempo ni espacio para hacerlo, y sé que tú ya estás en capacidad de ejecutarlo a la perfección y hasta mejor que yo. Confío mucho en ti, y estoy muy contenta que estés en mi equipo.
—Gracias jefa por su confianza. Claro que sí —lo hojea velozmente—. Mañana mismo lo tiene sobre su escritorio. No la haré quedar mal —sale Pedro con el requerimiento en la mano, apresurado.
No comprende muy bien, si debe sentirse feliz o con miedo por la responsabilidad. “Pero bueno, al fin y al cabo, es una gran oportunidad para demostrar mi trabajo y lo mejor: confía en mi”, piensa.
No ha terminado de llegar a su escritorio, cuando se percata que su compañera está cargando unas pesadas cajas de cartón. Deja su cuaderno en un escritorio y se las arrebata con una amplia sonrisa.
—Como siempre Pedrito, tan servicial y atento. Eres el hombre perfecto. ¡Que rico, que así fuera mi novio! —le dice con una sonrisa pícara la chica más bonita de la oficina.
—Para eso estamos, Sandrita —dejándoselas donde ella le señala con el dedo índice.
Sandrita la estampa un beso sonoro en la mejilla. Pedro se sonroja como un tomate, se ríe tímidamente bajando la mirada, corre a recoger su cuaderno dirigiéndose a su escritorio. Un paso más adelante camina con la cabeza erguida y una amplia sonrisa en sus labios que no puede evitar.
Lleva unos cuantos minutos tratando de organizar sus ideas y los papeles en su escritorio, tratando de enumerar las múltiples tareas que aún tiene por entregar y abrirle espacio a la nueva responsabilidad de su jefa, cuando se acerca Mario, un compañero de la división a la cual él pertenecía hace algunos meses.
—Pedro, hermano, ayúdeme. No tengo idea de cómo hacer este tipo de transacciones con proveedores internacionales. Tú lo sabes hacer. Dame una hora para que me expliques el proceso.
—Uy hermano, dile a Luis, tu jefe, él lo sabe hacer a la perfección, ¡estoy llevado!
—Está de vacaciones y no me pudo dar la inducción de este proceso. Por favor hermano, lo tenía que haber hecho ayer y me lo está pidiendo el vice.
Pedro se rasca la cabeza, viendo la cara demacrada y asustadiza de su compañero. Sabe de la importancia del trabajo y del lio que podría incurrir la empresa si no se hace a tiempo, hasta podría costarle el trabajo a Luis y a Mario.
—Ven, vamos, te doy una mano. Treinta minutos no más. —se desplaza hacia al escritorio de su compañero con preocupación rascándose la cabeza, pero al mismo tiempo con un cosquilleo en su estómago; no puede evitar la satisfacción de saberse indispensable e importante.
Hora y media se toma el hacer el trabajo de su compañero, pues resultó ser más eficiente hacerlo, que explicarle el proceso completo.
Aprovechó también para darle instrucciones a otra persona sobre un trabajo que él consideraba se debía hacer de otra manera. Por lo cual no recibió la manifestación de gratitud que él esperaba.
“Llegó la hora del almuerzo. ¡Se fue la mañana tan rápida!”, piensa Pedro. “Aprovecharé el espacio del almuerzo para adelantar algo del trabajo, debo entregar una información a mi jefa a las dos de la tarde.”
—Pedro, ¡ya nos vamos! —le grita desde la salida uno de sus compañeros.
—No iré. No puedo. —Contesta Pedro, sin siquiera mirarlo.
—Pero si es la celebración del cumpleaños de Sandrita. No le puedes fallar, ella cuenta contigo y todos nosotros. —le dice otro compañero.
—¡Claro!, el cumple de Sandrita. ¿Como se me ha olvidado? —suda frío Pedro.
“Podría tener una oportunidad de ir al almuerzo de cumpleaños de Sandrita, al mismo tiempo quedarle bien a mi jefa, si mi compañero ayuda extrayendo unos datos. Solo le tomará unos minutos y él es un experto en el tema.
Venciendo la vergüenza y la inseguridad que le da hacer este tipo de pedidos, se atreve a llamarlo desde el celular. Le explica la situación tímidamente, pero éste le responde que no puede porque saldrá con su novia pues están de aniversario. Ella lo está esperando fuera del edificio.
—Entiendo —contesta Pedro—. Tranquilo hermano. Que te vaya bien.
Iskra, la chispa divina y creativa que deambula por uno de los corredores, escucha un golpe al otro lado de la pared, junto con una carga emocional fuerte. Desde la esencia de su curiosidad, intenta descubrir lo que pasa.
Es Pedro. El chico a quien le dicen Corazón de Oro. Su respiración es agitada, la presión arterial alta, su rostro está tenso y colorado. Los puños apretados y tensos, vuelven a golpear la pared disimuladamente, evitando que alguien se dé cuenta.
Iskra quiere comprender el porqué de su reacción. Se conecta con su mano derecha empuñada. Esta grita: “!Siempre estoy dispuesto a dar, a servir a todos! ¿por qué las personas no pueden hacer un breve sacrificio para ayudarme? ¿Cómo es que no se dan cuenta de todo lo que hago?” Después de unos minutos de descarga, la mano poco a poco se va soltando. “¡Estoy tan cansado! Me esfuerzo en exceso por tratar de complacer a los otros cuando me lo piden. ¿y para qué? ¿Quién lo agradece? Hay una máxima: Dando y recibiendo, pero solo quieren recibir y no dar nada a cambio”. Su mano vuelve y se empuña. “Es tan injusto! Solo debería preocuparme por lo mío, pero soy un imbécil que me ocupo de todos, y lo mío lo dejó a un lado.”
Iskra siente el latido fuerte del corazón de Pedro. Le está llamando. De él emana la sabiduría, la generosidad y la bondad. Tiene el don del servicio y la empatía para comprender las necesidades de los otros. Iskra se complace tiernamente en conocer la verdadera esencia de Pedro. Su corazón le cuenta acerca de su madre. Una mujer aún joven pese que ya ha entrado en la edad madura, postrada en cama desde hace varios años, por una enfermedad que no la suelta ni le da tregua. Sólo lo tiene a él. Ella lo espera con ansia después de las seis de la tarde para que le ayude con sus menesteres y los de la casa. Iskra entiende por qué se va a la hora exacta de salida.
Puede comprender la batalla interna y su necesidad de ser amado y valorado que le impide establecer límites para cuidarse y amarse a sí mismo, mientras sirve a los demás.
—Pedro, afánate, que nos vamos. —grita uno de sus compañeros.
—¡Voy! Adelántese ustedes. Voy más tarde.
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