Otro día comienza. Vehículos amontonados, hombres y mujeres con rostros grises, tensos por lo que depara la jornada. Para otros, hay alegría, entusiasmo e ilusión. Las calles empiezan a llenarse. Las oficinas se van iluminando. Iskra juega a adivinar. Aprovecha que no ha llegado nadie para ir a sus anchas y curiosear por los escritorios. Se deleita percibiendo cómo son las personas de acuerdo a lo que tienen en ellos. Los objetos tienen vida, cuentan historias, develan emociones, su silencio grita lo que su dueño calla.
Una sola oficina tiene la luz encendida. Es la de Juan A.C. El nuevo Director Negociaciones. Se escucha el silencio. Frente a la fría y metalizada pantalla de su portátil, bebe con desgano un líquido negro contenido en un recipiente de acero inoxidable, sus ojos están cansados por la falta de sueño. Su espalda parece soportar un gran peso. Iskra lo observa desde una esquina, intrigado por aquellos objetos metálicos en los que Juan parece esconderse. Juan siempre está corriendo, tensionado o absorto en su computador; pero hoy es diferente. En la soledad de la sala su rostro está serio, lastrado por el agotamiento, con un aire de tristeza. Iskra, con su esencia de curiosidad amorosa, se acerca, sigue su mirada distante que, por varios minutos, se ha quedado en el vacío.
Iskra entra en su mente por sus bellos ojos grises para sentir el calor de su mirada, pero solo encuentra frío. Sus ojos tardan en adaptarse a la oscuridad. Se da cuenta que hay unas paredes de cartón, una detrás de la otra. Encuentra, también, armaduras para que nadie pueda tocar su piel y mucho menos llegar a su corazón. De repente, siente una ráfaga que lo sacude. Todo se llena de velocidad, adrenalina: hay una maratón de cuerpos, de energía, que corren desenfrenados hacia una meta.
—¿Para dónde van todos? —Pregunta Iskra, uniéndose a la carrera para darse cuenta de qué se trata
—La meta es el éxito, ser el mejor, el más sobresaliente —Iskra escucha en medio del bullicio a una de las voces—. Debo superarme a mí mismo para alcanzar nuevas cotas de rendimiento. No importan los obstáculos que se interpongan en el camino. Es lo único que importa.
—Sé que puedo hacerlo —repiten todas las voces al unísono, una y otra vez, mientras corren sin rumbo, superponiéndose, empujándose—. En este juego se gana o se gana.
Por un momento, Iskra se emociona por la actividad y sigue corriendo, no sabe muy bien hacia donde se dirige, pero va con todos. Con mucha sensibilidad gira hacia atrás, como en cámara lenta, para ver un cuerpo sutil que está oculto en medio de las máscaras de cartón. No se ha movido de su círculo estrecho, donde gira y gira. Iskra se detiene, se sacude la adrenalina y se devuelve lentamente hacia él. Al acercarse, las emociones van cambiando, se tornan en miedo y angustia. Está conociendo otra parte de Juan. La parte que tiene miedo al fracaso, a no ser valorado o reconocido como exitoso. Ese cuerpo sutil es el administrador de las máscaras.
Iskra, siente el dolor de un corazón que sangra por una herida que se niega a cerrar desde su infancia. Huele a pérdida, sufrimiento profundo, recriminación y castigo. Adicional, el fracaso de su matrimonio y la relación rota con sus hijas. Llegar a la casa y cenar solo. No tener con quien compartir los triunfos. Sus hijas no contestan sus llamadas. Está solo.
—¿Qué es lo que no quieres que vean fuera? —Pregunta Iskra al administrador de las máscaras, intentando comprender su dolor.
—Mi vulnerabilidad. Nadie la puede conocer, nadie me querría.
El interior de Juan cambia de color y de forma, como lo haría un camaleón.
—¿Qué está pasando? —pregunta Iskra.
—Debemos ajustarnos a las circunstancias y cambiar de máscara, para cumplir con las expectativas de todos. Vete Iskra, es hora del show, ya entró el comité.
Iskra sale de la mente de Juan. Lo observa desde un rincón. Juan sonríe, dejando al descubierto sus dientes blancos y bien alineados. Saluda a todos de la mano con gran energía, pero sin verlos; habla en voz alta con humor, haciendo que todos se rían de sus ocurrencias, convirtiéndose en el centro de atención de la reunión. Proyecta prestigio, profesionalidad, inteligencia, seguridad y dureza, lo que en algunos entornos empresariales es valorado como ideal.
—Buenos días, señores. Empecemos con los números, que es lo único que importa…
Iskra se da cuenta de su habilidad para desconectarse de sí mismo, lo que hace que también lo haga de otros. No se percata del estado emocional en el que se encuentran algunos integrantes de este comité por las decisiones que se deben tomar. Decisiones que ponen en juego la estabilidad laboral de muchas personas y hasta la supervivencia de esta empresa familiar de más de ochenta años. Su fundador, don Pedro, ya en medio de lo que debía ser sus años dorados, está apartado de todos. Observa a Juan. Se pregunta si realmente le importan las personas como a él. Su padre levantó la empresa con un valor sagrado: la gente. Y fue su estandarte en estos cincuenta años que la ha precedido. “Se necesitaba una persona como Juan para este proceso de crisis, no podemos ser sentimentalistas, ni actuar desde el corazón. Y yo no podría hacerlo”, trata de converse así mismo.
Iskra puede entender por qué, en el mundo competitivo, a muchos ejecutivos les parece que sus sentimientos y los de las otras personas, son obstáculos para la eficacia. Se vuelven impacientes y duros con quienes consideran son incompetentes, débiles o vacilantes. Entiende por qué Juan es duro con la parte de sí que refleja la vulnerabilidad de su humanidad. Es una guerra y no hay espacio para los sentimientos.
La reunión continúa toda la mañana mientras Iskra percibe cómo Juan, cual camaleón, muta según el paisaje. Puede comprender su agotamiento físico y mental, su tensión, que no le da tregua como juez implacable.
Iskra siente cómo el amor lo invade y todo su ser se abre a la inocencia, la bondad y la belleza que hay detrás de las paredes de Juan, construidas de miedo. Al finalizar la reunión, Iskra toma un suspiro profundo, conectando a Curiosidad, Amor y Sabiduría; bañándose en la delicada caricia de estos tres poderes, ayudándole a comprender compasivamente aún más, el alma humana y organizacional.
Me encantó el administrador de máscaras, todos tenemos nuestras máscaras de acuerdo a las situaciones, cómo hacer para tener un equilibrio? Tener esas máscaras son buenas o malas? Qué se debe tener en cuenta o cómo manejar estas máscaras?
Me encantó esta historia, logré conectar la vivencia del administrador de máscaras en su quehacer a nivel empresarial con la vivencia personal que tenemos en esta empresa llamada vida donde obviamos el Ser, el sentir, apagamos nuestra capacidad de asombro porque tenemos mandatos internos (creencias, miedos) que nos impiden dejar salir la música, la alegria de nuestra alma y asi nos vamos apagando y privamos al mundo y a nosotros mismos de escuchar nuestras melodias y ver nuestra luz.
Gracias. Nuestras vidas trascienden en un tiempo ilimitado donde nos desconectamos de la fuente progenitora de un verdadero espacio que se pierde a grandes pasos de la realidad divina en este mundo físico. Momento a momento desaparecemos del verdadero desarrollo humano; la incapacidad de enfrentar lo que sentimos terminamos en la prioridad de otros para lograr nuestro sueño A beneficio económico físico o cultural, somos actores en vías de desarrollo y por eso existe un gran público. Pero en la grandeza de nuestro propio ser habita esa semilla dispuesta a germinar en cualquier momento. Gracias por ser parte de este nuevo renacer .
Diana muy buena reflexión es increíble como a través de la narrativa logras entrar en la monotonía de nuestros días, a nosotros como comerciales nos pasa muchísimo el tener que ponernos unas máscaras para poder Mostrar siempre una actitud positiva y proactiva por el cumplimiento de nuestras metas librandonos de todos aquellos inconvenientes que podamos llegar a tener a nivel personal o familiar realmente me identifiqué mucho y precisamente nos privamos de poder sentir o expresar en diferentes ámbitos guardando siempre el bienestar de otros por encima del nuestro.